domingo, 19 de febrero de 2012

Por las noches, solo oscuridad

Hace un tiempo en un pueblo bastante lejano a la ciudad, ocurrió algo verdaderamente extraño: tres jóvenes menores de edad desaparecieron de un instante a otro; algo inusual para un pueblo tan apaciguado como era éste. La gente dejó de ser civilizada, se volvió de repente como sus antiguos habitantes, aquellos étnicos nacionales que luchaban contra el inglés altanero en busca del saqueo. Los piratas son más buenos, solía decir un viejo en las esquinas mientras le reclamaba al gobierno una jubilación digna. El paisaje ahora era un simple viudo que exclamaba insultos, corría, tropezaba y lloraba un poco más. Escuché cómo los autos arrojaban llantos a la calle, sentí cómo se arrancaban sus cabellos, ¿Y saben qué hacían los caballeros? verán, la burguesía seguía con aquel toque distintivo que conservaban ellos, el sarcasmo, esa metódica alegoría a la soberbia desencontrada. Salían camuflados a pedir justicia, se reían del pueblo mientras sujetaban sus bocas.
Pasaron quinientos quince días y el cielo se convirtió en un adicto al caucho y la gasolina,  las protestas no llevaban nicotina pero erizaban la piel al escuchar esos cánticos tan hermosos... El humo también era cómplice de la desaparición, él ocultaba luces y mantos que abrigaban a la ciudad, él negaba la verdad, pedía justicia y daba paso al hostigador, y pues entre tanto furor, entre tantas lágrimas, no pudieron ver nada.
Don Casimiro, dueño de toda la localidad, estaba viejo, ya no había puta que lo haga vibrar y las pastillitas no hacían efecto y se había vuelto demasiado curtido como para empezar a cogerse a pendejos o putos a los que aun les cuelga ese pedazo de hombría que jamás van a usar, por lo que llamó a la Nasa; quería conocer el espacio y que lo dejaran abandonado en la luna, mas ningún país estaba dispuesto a dejar que un viejo muriera así, y en uno de sus múltiples intentos, contestó John Cross, un ambicioso que no esperaba que los aviones tengan alas y ya los vendía como un trozo de luna:

-     ¿Hola?
-   Hola, ¿con quién tengo el gusto de hablar?-Pregunta el viejo.
-    John Cross, ¿en que puedo servirle?
-  Verá, estoy cansado de esta vida, no hay lugar en el mundo que me haga sonreír, las putas, las playas. ¡SON TODAS IGUALES!-finalizó enfadado.
-     ¿Y qué necesita buen hombre?
-    Quiero conocer el espacio y morirme allí.
-   ¿Pero de qué barbaridad está hablando señor?
-   Acaso usted es pelotudo, ¿no entiende que esta vida es aburrida?
-     ¿Pero acaso no se te para la pija viejo choto? ¿qué carajo me venís a hablar así?
-     Así me gustan los pendejos, que te contesten como se debe, no que sean unos putitos y se escondan entre el diccionario.
-     Jajajaja nos podríamos llevar muy bien.
-     ¿Vos creés pendejo mal educado?
-     ¡Si! ¿por qué no?
-     Jajaja vos sabrás mejor que yo...
-     Mire, no puedo llevarlo y tirarlo en cualquier parte.
-     ¿Cómo que no?
-     ¡No! las leyes internacionales no nos permiten esa barbaridad, pero tengo una propuesta.
-     ¿Ah si? bueno, lo escucho.
-     Tengo muchos contactos, unos aquí otros allá, usted sabe como es la cosa, ¿NO?
-     ¡Si! ¿pero cuánto me va a salir el chiste?
-     Eso no depende de mí o de mis contactos, ¡depende de los de arriba!
-     ¿Cómo de los de arriba? 
-     Claro, ¡los de arriba! ¿O va a decirme que nunca escucho hablar de que no estamos solos en el universo?
-     ¿Pero de qué está hablando?
-     Señor el gobierno oculta muchas cosas.
-     Si eso no es una gran noticia que digamos, pero jamás sospeche sobre esto.
-     Mire, esto es algo totalmente secreto y si usted abre la boca, sus días se terminaran más rápido de lo que cree.
-     ¿Me está amenazando?
-     ¡NO! Solo le aclaro algunos detalles, por eso creo que estamos listos para negociar.
-     ¡Negociar las pelotas!
-     Está bien, yo creo que la muerte puede salir del armario, en medio de la ruta o alguna cosa por el estilo.
-     Está bien, está bien… hablemos de negocios.
-     Ya no tenemos espacio para albergar a estos amigos, y bueno, usted tiene grandes haciendas.
-     ¡Pero lo que está pidiendo es una barbaridad! Los campesinos  no son tan idiotas como creen ¿piensan que no van a ver las luces?
-     ¿Y usted cree que dejaremos que la vean? Llevamos casi 200 años guardando esto al mundo,  las catástrofes solo son producto de nuestros laboratorios, con ayuda extraterrestre. Y de esa manera ellos llegan y nadie se da cuenta.
-     ¿Y qué pasa si el pueblo se da cuenta de lo que está pasando?
-     Y… ¡en ese caso el pueblo nunca existió!
-     ¿Cómo?
-     ¡Lo que usted escuchó! Ahora no venga a hacerse el sordo y cerremos el trato.
-     ¿Qué trato? Si solo estamos hablando de sus beneficios
-     Claro, me olvidaba que el viejo quiere sentirse un pendejo
-     ¡No quiero eso! Quiero morirme en el espacio reventarme y que nadie se entere, o quizás solo quiero sentirme vivo…
-     Bueno, si quiere sentirse vivo lo haremos sentir vivo, si quiere morir ira a morir en el espacio, si quiere penetrarse a vírgenes sin tomar una pastillita se la penetrara….
-     ¿Que más necesita usted de mi?
-     Solo eso viejo…
Los visitantes llegaban, se iban y volvían junto a su familia, sorprendían al pueblo y se marchaban jocosos. Misteriosos turistas con sus trajes tan costosos, su rostro tan pintoresco, pareciesen ser multimillonarios apoderándose de las tierras...
El lugar cobraba vida, fiestas todos los días; caviar, champagne, todo a puro lujo, los nativos se extrañaban de tales acontecimientos, pero los ricachones les daban trabajo y con eso bastaba para que se callen.
Don Casimiro por poco caminaba con las manos de felicidad. Por todo el pueblo caminaban jovencitas de pelo ondulado, lacio, rubio, colorado, castaño; de lo que quería había, y podía poseerlas cuando quiera. Por las noches fumaba habanos originales, ¡de la misma Habana!, tomaba un whisky in the rock, jugar una partida de Black Jack, y apostó prácticamente hasta su vida; vendió peones, tierras y hasta las joyas de su familia. Al tiempo era un peón de esos turistas, limpiaba la crin de los caballos más costosos, y de vez en cuando salía a practicar equitación en el puro sangre español. Por las noches se oía la granja gemir, se oiga como lo tocaba a Don Casimiro, las jovencitas aun se desesperaban por sus caricias, por la prominencia de su sabiduría. Pero al viejo se le acababa el tiempo, ya había vivido otra vez, su vigor aun no moría, su alma aun penaba por alguien que lo amara tanto como el amo la pasión de sus manos, a cada niña que entraba en su vida, entonces fue y busco una niña aun virgen y pura. Una visitante que lo traía loco, la tomo de su cabeza y se encerró con ella en el cuarto del gobernador, le arranco la blusa azulada, mordió sus pechos y le comió cada centímetro de la minifalda y la manoteo a lo bruto, el suelo comenzó a llorar al compas de la niña, sus pelos ardían y volaban buscando apagarse, sus manos tan suaves y mágicas que hacían vibrar al viejo. Se convirtieron en las manos del verdugo viejo y rancio. De aquellas uñas tan esculpidas salieron espadas hitlerianas que arrojaban el desperdicio a los proletarios que pedían trabajo en la residencia del nefasto gobernador, que se encontraba en Miami, amasando las tetas de Susana Giménez, espantando a los paparazis y luciendo un Roll Royce alquilado.
Entonces el viejo comenzó a sentir su cuerpo vivo. Su alma ardiente y su espíritu fluyendo entre los dedos de esa pequeña niña inocente, de ojos color luna, de labios sabor a sol, la niña gritaba, se calentaba y aumentaba su rudeza disminuyendo la agonía, dándole vida a los sueños tan desquiciados de un hombre que ha tenido todo y prefirió desperdiciarlos 


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